El milagro del haya.
¡Feliz Año Nuevo! ¡Urte Berri On!
Debo decir que soy un
ferviente admirador del hayedo, pese a que no es un árbol que goce de mucha
fama, porque cualquier otro parece tener distinción mayor y estar adornado de alguna
virtud especial.
El haya no pertenece
a ese club de árboles selectos bajo el cual se haya jurado nada, ni prometido
nada, ni dictado nada, ni realizado ningún acto heroico.
Quizá porque no vemos ejemplares individuales aislados; siempre, y ese es un privilegio del
que solo gozamos en ciertas zonas del mundo, nos asomamos al hayedo como quien
se asoma al mar.
Me sobrecogen sus
ramas plenas de hojas en verano movidas por el viento sur, desnudándose en
otoño, filtrando la niebla, mostrando sus formas vigilantes en invierno y llenando
de un despertar luminoso el bosque en primavera.
Y es pavoroso el
estruendo que provoca la caída de un gigante esta especie cuando cae
derribado en el bosque.
En definitiva, me
confieso fagólatra, y como algo de eso comparte conmigo mi amiga Alicia
Irigoyen, he recurrido a ella para que completemos esta última entrada del blog
de 2024.
Que os guste.