Firmado por Zumalacárregui en Eulate tras la acción de Artaza
Está
claro que las guerras no son buenas ni siquiera para los que las ganan, si es
que puede decirse que las gana alguien. Decía Paul Valery: “La guerra es una
matanza entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes que se conocen,
pero no se matan”.
Pues
bien, el siglo XIX trajo varios conflictos bélicos a este valle. Y si hubiera
que elegir uno de esos conflictos como el más cruento de los vividos, no habría
duda: la Primera Guerra Carlista quedaría ganadora de forma destacada.
Casi
desde sus inicios se convirtió en un intercambio de represalias. Quizá fue ese
el carácter que pretendieron imprimirle los generales cristinos en la confianza
de sofocar con cierta rapidez la llamada "rebelión". Este rigor en el
castigo que pretendía amedrentar y disuadir al enemigo, no sólo no dio
resultado alguno en esa dirección, sino que provocó una respuesta igualmente
inhumana. El nivel de crueldad alcanzado resultó especialmente llamativo para
quienes no participaban directamente en la contienda, pero la seguían de cerca.
El
gobierno inglés propuso un pacto de guerra “más limpia”, que fue aceptado por
ambos bandos y que Zumalacárregui firmó dos veces, una de ellas en Eulate y
cuando aún no había fusilado a los prisioneros hechos en la acción de Artaza.
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