Ya durante nuestras primeras andadas por
este territorio (con nuestras hijas, de 5 y 3 años entonces), éramos
conscientes de que “lo que no tiene nombre no existe”, conclusión muy
próxima al dicho popular vasco izena duenak izana ere badu = todo lo
que tiene nombre existe. Sin los
nombres de lugar, no podíamos referirnos a un paraje donde habíamos estado.
Y recurrimos, para mejor disfrute, a averiguar
el nombre que los naturales le aplicaban. Conocer la toponimia de la zona se
hizo una condición imprescindible, tuvieran o no lógica o significado para
nosotros los nombres que íbamos conociendo.
En principio se trataba de una necesidad
memorística, como se recuerdan los nombres de las personas. Y esa fue nuestra
primera aproximación a la toponimia. Pero rápidamente entendimos y comprobamos
que esos nombres no tenían nada de aleatorio, sino que eran fósiles del
lenguaje primitivo y contenían retazos de cultura e historia del lugar en el
que habían nacido.
Y, queriendo saber más, nos adentramos en la investigación de sus orígenes y de su devenir histórico en este valle. Los resultados de ese largo y laborioso recorrido, que se aproxima al medio siglo, los hemos dado a conocer desde 1990 hasta la actualidad.
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