Un encuentro
afortunado (18/08/84)
El dolmen de Larreandi
No llevaba el
cuadernillo habitual que me acompañaba en la mochila, pero sí el bolígrafo.
Pensé, como es habitual en los novatos, en haber encontrado algo nuevo e
interesante y en que debía comunicarlo. Supe por una llamada a la Sociedad de
Ciencias Aranzadi (de la que era y soy socio) que Ignacio Barandiarán estaba en esas
fechas precisamente alojado en Zudaire al frente de un equipo que trabajaba en la
excavación de un yacimiento de Urbasa.
Fuimos a Zudaire y
hablamos con Barandiarán. Yo le conocía de vista porque habíamos ido al mismo
colegio, aunque él me llevaba seis años (los pequeños siempre recuerdan a los
mayores). Le enseñé mi apunte y le conté lo observado. Quedamos para guiarle a
verlo a la mañana siguiente.
Y si hablo de un encuentro afortunado no es por el dolmen, sino porque esa circunstancia nos permitió conocer a Ignacio Barandiarán y a Emilio Redondo.
Lo explico.
[1] Larreandi era el nombre que le daban en 1984 los pastores y ganaderos de la zona al raso en el que se halla el dolmen.
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