El verano amescoano del
36 fue una biopsia de lo ocurrido ese año en España a cuenta del levantamiento
armado del 18 de julio.
Y resultó doblemente doloroso porque ocurrió en retaguardia, en ausencia de guerra y de resistencia, de una parte. Y porque el daño no lo infligieron unos malvados venidos de fuera, no hizo falta. Para arrebatar vidas o dañarlas bastó con informes que salieron de ayuntamientos, de sacristías, de cuartelillos y de los propios vecinos.
Y cuando sus valedores, los alzados, pretendieron dar cobertura
legal a los actos represivos, dejaron expedientes. De incautaciones, de
responsabilidades políticas, de depuración de funcionarios públicos, de
presunción de desaparición y otros, conservados en los archivos.
Con paciencia y mucho trabajo, algo hemos podido saber de lo ocurrido. Lo conté en "¿Qué hicimos aquí con el 36? La represión de civiles en retaguardia por su ideología en las Améscoas y Urbasa". Editorial: Lamiñarra. 2017.
Y haré aquí un pequeño resumen aunque luego vuelva a contar la vida de algunas de las víctimas y las tropelías de que fueron objeto en este blog.
Pero vaya por delante esto
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